Un trocito de mi libro Mi maternidad asistida

 

¿Quieres conocer una de las partes más emocionantes del libro MI maternidad asistida? ¿Cómo conseguí el embarazo de mi primer hijo?

 

Si prefieres escucharlo o descargar el audio, haz cLICK AQUÍ:

Un trocito de maternidad asistida

 

Fue mi primera batalla ganada.

Vamos allá:

La clínica a la que yo me había cambiado era muy grande, con grandes equipos médicos, grandes laboratorios, grandes edificios. Nadie me conocía y a pesar de lo frío que pueda sonar encontré un médico muy agradable.

Cuando le conté todo lo que habíamos hecho hasta la fecha no le pareció mal e incluso sugirió una última inseminación.

Era el año 2005 y recordad, todavía se hacían hasta seis antes de pasar al siguiente escalón; hoy sería extraño llegar hasta ahí.

Dije que no, que me había cambiado para ir a FIV directamente.

Le conté lo del folículo que había crecido demasiado en cuatro días y me dijo que entonces no había duda; con ese dato íbamos a FIV.

Antes me pidió nuevos análisis y una histeroscopia para ver cómo estaba el útero.
Me pareció genial hacer esa prueba; el útero es un sitio muy cerrado, estéril y en mi caso había sido tocado por cánulas e instrumental para el legrado.

¡Era lo que yo quería! Acción, cambio, nuevos caminos.

Llegaron los resultados de ambas pruebas y ahí podía estar la razón de los negativos: en la histeroscopia habían encontrado adherencias formadas seguramente tras el legrado y que mi útero que entonces ya tenía casi 38 años, estaba empezando a “envejecer”.

El remate fue que los análisis de sangre demostraron que a lo largo del año anterior mientras iba haciéndome IA tras IA…

mi FSH (hormona folículo estimulante) había ido aumentando.

 

Esta hormona es la que manda el cerebro a los ovarios para crear folículos, pero como los ovarios ya no pueden porque cada vez tienen menos y en peor estado, el cerebro manda más y más hormona intentando que lo hagan. Por eso lo bueno es que esté bajita ya que significa que los ovarios están muy receptivos.

Eso no quiere decir que no haya ningún óvulo bueno, pero es muy complicado encontrarlo. Mi FSH estaba en 10´4 en el día 3 del ciclo que es cuando se hacen estos análisis, es decir justo en el límite de la normalidad. ¿Esto qué me dijo? que muy probablemente si hubiera continuado en la otra clínica hubiera hecho una FIV que no hubiera servido para nada.
Ninguno de los problemas que habían descubierto eran insuperables, pero todos juntos lo complicaban.

Nunca se sabe, pero creo que mi FIV hubiera servido más bien de prueba para ver cómo reaccionaba mi cuerpo que de fin en sí mismo.

Nos dicen, y yo lo creo, que un negativo es un paso más hacia el embarazo, por todo lo que deja ver a los médicos para poder actuar en la dirección correcta, pero una cosa es eso y otra es ir casi como prueba a por el siguiente tratamiento. Para nosotros significa tanto cada oportunidad a nivel emocional, físico y económico que no nos podemos permitir estos lujos.

A pesar de las noticias, yo estaba contenta; había algo a lo que agarrarnos, algo que nos redirigía. Me mandaron tomar la píldora un mes para que los ovarios descansaran y así el siguiente ciclo forzarlos y que produjeran más óvulos.

La FSH alta significaba también que me iba a tener que medicar mucho y obtendríamos pocos folículos. Pero como siempre decimos que con uno sólo vale, yo mantenía la esperanza.

En ese ciclo con la píldora aproveché para hacer un “último” viaje a la montaña; disfruté de lo que podían ser mis últimas semanas sin embarazo. También lo había hecho antes de mi primera inseminación y lo hice de nuevo antes de mi último tratamiento. ¡Vuelves renovad@! Mucha gente lo hace y cuando funciona, recuerdas ese viaje como un momento muy especial…

A la vuelta, comenzaron los pinchazos que yo misma me ponía y fuimos viendo que crecían pocos folículos, pero al menos cinco o seis sí lo hacían.

Llegó el día de mi primera punción (cuando en quirófano punzando los ovarios extraen los ovocitos) y todo fue bien, tranquilo.

Consiguieron cinco, pero alguno era inmaduro. Los fecundaron con el esperma del donante y al día siguiente había dos que empezaban a crecer.

Al no querer arriesgarme a tener mellizos, había quedado con el médico que intentaríamos hacer un cultivo prolongado en el laboratorio y llevarlos a blastocistos para poner sólo uno.
Os recuerdo que lo malo de esta técnica es que se pueden quedar en el camino mucho embriones que quizás hubieran crecido en el útero y yo además no había tenido demasiados óvulos.

Cuarenta y ocho horas después, me llamaron:

¡Ven corriendo que se nos paran todos! Nos quedan dos, uno de buena calidad y otro no.

 

A pesar de que sólo quieres ponerte uno, nuestra recomendación es transferir los dos, pues las probabilidades de embarazo doble son mínimas y en cambio puede ayudar a que haya embarazo único.

Recuerdo perfectamente esas palabras…
Aunque tenía muy claro desde el principio que no quería correr riesgos, creí en sus palabras y pensé… ¡adelante con los dos!

Un par de horas después estaba en la clínica y me los estaban transfiriendo.

¡Qué momento tan especial es la transferencia de embriones…! hay dentro tuyo pequeños embrioncitos que pueden ser tus hijos y lo sabes. Es un momento pleno. El mundo entero está en ti.

A partir de ahí vinieron unos días en los que no sentía absolutamente nada. Era mi sexta betaespera.

Me había hecho una experta en “síntomas irreales” y en esta no había sentido ninguno.

Solamente tuve un dolor de cabeza que me extrañó pues no suelo tener. Tres días antes de la prueba, me despidieron de mi trabajo. Fue un estrés horrible y como estaba convencida de que iba a ser negativo estaba deseando que llegara la confirmación para olvidarme de todo y ver qué hacía con mi vida.

“Enhorabuena, Eva María, has dado positivo.
Tienes una beta de 200”.

 

¡Ay, ay, ay… otra vez, por fin! Quince meses después del aborto volvía a tener una oportunidad. Otra vez era feliz, mi trabajo en esa empresa estaba tocando fondo, o sea que el despido, en el fondo, fue una liberación.
Y estaba embarazada.
¡Empezaba una nueva vida!

Me citaron una semana más tarde para ver que todo seguía su curso y recuerdo que salí gritando a un amigo que me acompañó:
¡Es uno y está bien!

El miedo a un nuevo aborto me siguió acompañando en cada ecografía hasta la semana doce. Conseguí estar más tranquila desde entonces y afortunadamente en marzo de 2006 nació Rodrigo en perfecto estado.

 

Plácido Rodrigo
Por fin había logrado mi sueño, mi meta increíble:

Había tenido un hijo por reproducción asistida.
Empezaba a formar mi familia.

 

Hasta aquí este capítulo de Mi  maternidad asistida. Si quieres continuar leyéndolo, puedes adquirirlo, revisar opiniones de lectoras y más AQUÍ.

Acerca del autor

Eva María BernalEva María Bernal Eva María Bernal